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Antonio, Gerónimo, José y Pablo Podestá

Las compañías teatrales argentinas, desde sus orígenes, estaban organizadas de forma jerárquica y familiar respondiendo a una estructura entre patriarcal y moderna en las cuales los lazos de sangre y los vínculos sociales con el exterior determinaban las relaciones laborales y afectivas de sus miembros en el interior. Además, tanto para el plano artístico, laboral y económico, los integrantes de las compañías- familias (Noguera, 2021) se organizaban a partir de una estructura de roles. Estos roles, afirma Pellettieri (2002:147) “eran fundamentales a la hora de distribuir las ganancias y para acceder a los papeles de mayor jerarquía había que hacer carrera dentro de la compañía.” Así también, el carácter itinerante y la autogestión eran una marca distintiva de estas agrupaciones artísticas hacia fines del siglo XIX. El punto más alto de esta pirámide estaba desempeñado por el o la cabezas de compañía, y en muchos de los casos, este actor o actriz, que poseía una gran trayectoria, con el avance del campo teatral, el éxito de taquilla y el reconocimiento del público, devenía en empresario/a teatral y/o dueño de sala de teatro. Tal fue el caso de José Podestá, a quien se lo considera el padre del teatro argentino, y que de pruebista de circo pasó a desempeñar los personajes principales de las obras gauchescas de fines del siglo XIX, los dramas del autor rioplatense Florencio Sánchez a comienzos del siglo XX, entre otros escritores del momento, a tener su propio teatro en la ciudad argentina de La Plata y ser empresario de teatro. En estudios anteriores (Noguera, 2018) hemos analizado las características estéticas y laborales de las diferentes compañías que José Podestá ha formado a lo largo de su trayectoria y establecimos tres fases para su estudio y caracterización:

Primera fase: intuitiva y asistematizada (1872-1884). Determinada por las poéticas circenses de actuación, las condiciones de riesgo y precarización laboral y una organización familiar de las compañías.

Segunda fase: de reconocimiento y consolidación (1884-1901). Determinada por la representación de los dramas gauchescos argentinos, consolidación de la poética de actuación popular, crecimiento y reconocimiento a nivel nacional de la compañía; mayor organización y regulación de las condiciones laborales de los artistas, aunque la precarización sigue siendo una distinción.

Tercera fase: empresarial y epigonal (1901-1937). Determinada por los cambios en las poéticas teatrales a partir del ingreso de las textualidades de Florencio Sánchez, abandono paulatino de las técnicas de actuación popular, organización de las jornadas laboral y reducción de funciones, profesionalización de los artistas y surgimiento de nuevas funciones al interior de las compañías teatrales. Surgimiento de nuevos derechos laborales, no obstante, la precarización y la autogestión continúa determinando el trabajo teatral.

 

Cabe señalar que estas tres fases evidencian no sólo los cambios que se produjeron en torno a la organización laboral y estética de sus compañías, sino que también se encuentran en estrecha vinculación, por un lado, con los cambios políticos y económicos que se produjeron en la Argentina de fines del siglo XIX y XXI; por otro lado, con los cambios surgidos en el campo teatral argentino.

 

En el cuaderno de notas manuscritas del investigador, periodista y crítico argentino Jacobo de Diego titulado “Los Podestá” y dedicado –a lo largo de sus más de 50 páginas- al árbol genealógico de esta familia accedemos a la información de tres generaciones de Podestá iniciadas por el matrimonio de inmigrantes italianos en Uruguay, Pedro Podestá (1825-1902) y María Teresa Torterolo (1829-1917), quienes tuvieron nueve hijos, nacidos entre Argentina y Uruguay, y que conforman la primera generación de hijos: Luis, Jerónimo, Pedro, José, Juan, Graciana, Antonio, Amadea y Cecilio Pablo. Salvo en el caso de Pablo que no tuvo hijos, el menor de los nueve hermanos que se casó con la actriz Olinda Bozán cuando ella tenía 14 años y él 34 (según nota del diario Del Plata del 27/4/1923, los papeles fueron adulterados en el Registro Civil e hicieron figurar que tenían 18 y 25 años respectivamente), los restantes integrantes tuvieron un total de 29 hijos, entre quienes se encuentra Blanca Podestá, conformando de esta manera la segunda generación. La tercera generación registrada por De Diego da cuenta de un total de 10 hijos y es allí donde culminan las raíces de su investigación que evidencia un total de 69 integrantes de esta familia, contando los hijos y cónyuges en primeras y segundas nupcias. El minucioso estudio de De Diego se completa con la descripción de las actividades artísticas de sus integrantes y en un apartado sostiene que:


La familia Podestá tiene dos rupturas en su historia. La de 1901 (marzo) cuando Jerónimo se separa con sus hijos de su hermano José estando en el Rivadavia. José Juan con sus hermanos Juan, Antonio y Pablo con el rótulo Podestá Hermanos, siguieron en el Rivadavia y luego pasaron al Apolo desde el 6/4/1901 hasta que se produce la segunda ruptura el 4/10/1906 en que Pablo (se va) con Atilio Supparo, Pedro Gialdroni, Ubaldo Tortorolo, V. Andesio, José Brieva, Herminia Mancini, Rosa Aída y Olinda Bozán. En 1911 José y Pablo vuelven a fusionarse, pero dura poco la unión y la temporada del Apolo que se inició con La nota roja y Barranca abajo. Una vez nuevamente separados Pablo fue al Teatro Moderno (ex Rivadavia). En 1915, breve unión de José y Pablo en el Nuevo, en donde se queda luego sólo Pablo. (De Diego, “Los Podestá, S/F)

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El estudio del árbol genealógico trazado por de Diego, las diferentes anotaciones a él vinculadas -como la previamente citada- y los estudios relacionados con la sociología de familia nos permiten dar cuenta de ciertas características de las compañías teatrales durante fines del siglo XIX y principios del XX. Vargas Islas en su artículo titulado “El amor: ¿rehén de la familia?” realiza un estudio sobre las relaciones entre amor y familia a la vez que evidencia los cambios que se establecen entra la familia patriarcal y la familia moderna, producto esta del surgimiento de los Estados Modernos. Si en la familia patriarcal el núcleo y la organización interna se centraba en el hombre y los vínculos sociales eran determinantes para la constitución de los vínculos y su funcionamiento; en la familia moderna la incidencia de lo social se repliega y es la importancia del mundo privado aquello que se privilegia. En este sentido, del rasgo público caracterizador de la familia patriarcal se pasa a los sentimientos y organización a puertas adentro que repercute y determina nuevas formas de existencia a la vez que lo laboral deja de ser un vínculo fundamental de los lazos familiares. A partir de estas reflexiones y las fuentes documentales halladas en el INET, consideramos que la constitución de las compañías teatrales de los Podestá que comprende esta investigación responde a un paradigma de organización que halla su significación en el encabalgamiento de las dos formas familiares analizadas por Vargas Islas. Es en ese “entre” lo patriarcal y lo moderno en el que estas compañías sustentan tanto sus formas de relacionarse artísticamente, afectivamente y laboralmente. Es por ello que hemos denominado a estos tipos de asociaciones artísticas: compañías- familia. En ellas los vínculos laborales y afectivos determinan un lazo de dependencia que no siempre es definitivo, pero que permite, en los casos que se rompan, replicar iguales asociaciones, distribuciones y organizaciones para las nuevas compañías.

De esa forma lo observamos en las rupturas de las compañías familias mencionadas por De Diego en la cita previamente indicada: las de José y Jerónimo; las de José y Pablo. Con relación a la primera separación artística y familiar de los Podestá, la de José y Jerónimo, como así también, la conformación de sus dos compañías posteriores, cabe destacar que esta fue leída por la crítica de la época (y hasta la actualidad) como una oposición de intereses estéticos entre los hermanos. Así lo señala Alberto P. Cortazo en su nota “La primera obra de Sánchez y la consagración de un gran interprete” (Libro de Críticas Periodísticas Flia. Podestá JDD, Tomo I, Fojas 32, La prensa. S/F):

 

Don Jerónimo, quizá el más visionario, respondió a las requisitorias del progreso. Debió comprender sin duda, que su época se marchaba y buscó contribuir a forjar la de sus sucesores. Con animosa decisión se entregó una total renovación del repertorio, quitole definitivamente sus moldes circenses y confió la dirección escénica a Don Ezequiel Soria, para quien nunca deberá retacearse un recuerdo a su memoria por lo mucho que se hizo en pro de nuestro teatro. Entre los grandes aciertos de aquellos días destácase con recios perfiles M’hijo el dotor, obra con la cual hiciera su aparición Florencio Sánchez…

 

Sin embargo, según las declaraciones de Blanca Podestá que hallamos en una nota registrada en Libro de Críticas Periodísticas de la Flia. Podestá, Volumen II del Fondo Documental de Diego (INET), se pone al descubierto que dicha ruptura respondió, simple y sencillamente, a intereses amorosos. Allí, Blanca Podestá cuenta que: “fueron dos muchachas las culpables, dos partiquinas alegres que integraban el conjunto de bailes criollos de los Podestá” (1960). La actriz agrega que la esposa de Jerónimo no le dio opción, debía echarlas si quería continuar con su familia. Pero José Podestá de ninguna manera quería que las bailarinas abandonasen la compañía, y por tal motivo, se realizó la separación. En esta situación observamos cómo se superponen los intereses y afectos al interior del grupo familiar (la tensión entre hermanos y esposas) que a su vez incide en la constitución y las relaciones de la familia-compañía que provoca un divorcio artístico definitivo. El resultado final de esta ruptura establece la creación de dos compañías- familias en las cuales los diversos miembros del clan se tuvieron que reubicar a fin de mantener no sólo sus afectos sino también sus ingresos económicos.

José Podestá se dirigió al teatro Apolo en 1901, lugar en el que creó en el mes de marzo la compañía Hermanos Podestá. A los dos años, el 23 de marzo de 1903, se presentó en ese mismo teatro el Primer Concurso Dramático Nacional, en donde el director la compañía del Apolo, abrió el acto. Asimismo, se creó la Sociedad de Fomento del Teatro Nacional, el 30 de marzo de 1903, pero su duración fue breve debido a “la falta de constancia, de solidaridad y de actividad que nos caracteriza en toda obra colectiva por más importante que sea” (Podestá, 2003: 134). En relación con las compañías formadas por José Podestá luego de esta separación, en estudios anteriores (Noguera, 2018) dimos cuenta de sus características, sus organizaciones y asociaciones y del nivel de sistematización incipiente que comienzan a tener al comienzo del siglo XX. Además, por estos años, también se evidencia el modo en el cual el rol del capo cómico o cabeza de compañía (concentrado en la primera figura o actor/actriz protagónico/a como lo fue Pepe, Jerónimo y Pablo) comienza a ampliarse al rol de incipiente empresario teatral. En este espectro de actores y empresarios que se formaron en las compañías- familias podemos observar, al mismo tiempo, cómo lo paternal y patriarcal se consolida en el germen de la organización teatral de manera incipiente en los años que comprende esta investigación. Así lo explica Mauro (2020, p. 17):

 

En la denominada etapa premoderna del teatro, los artistas se hallaban organizados en compañías lideradas por el actor principal o “capocómico”, quien además organizaba el trabajo y negociaba con las instancias externas al grupo. Detentaba este rol la figura que atraía la mirada del público, por lo que el hecho escénico giraba alrededor de su propio lucimiento. El objetivo primordial de la compañía era la obtención de recursos materiales para la subsistencia de los artistas, aspecto al que se hallaban subordinadas todas las relaciones y los conflictos surgidos en su seno: los procedimientos actorales utilizados, la poética teatral elegida, el conflicto a representar, la calidad del texto dramático cuando lo había, todo era sopesado en función de atraer espectadores.

 

Por ello, tanto los recursos materiales, artísticos y afectivos son preponderantes en la estructuración de los lazos que sostienen la organización interna de estas asociaciones artísticas y, a la vez, son aquello que posibilitan su funcionamiento en el campo teatral. Estas tres aristas: economía, trabajo y afecto determinan las diferentes tácticas y estrategias que los integrantes de las compañías- familias desempeñan al tiempo que vinculan a sus integrantes, pero también delimitan sus las rupturas. Entender este funcionamiento permite comprender el por qué el entramado artístico de la primera mitad del siglo XX se puebla de compañías, y en especial de compañías familias, puesto que los lazos de consanguineidad y los afectivos establece la economía de subsistencia del grupo. Al reproducir el orden de lo familiar y cotidiano, las tareas laborales, económicas y de disciplinamiento para la obtención del éxito y la permanencia en los escenarios, las compañías familias tejen sus propias lógicas y obtiene sus réditos. Sin embargo, lo afectivo y la sangre no siempre es un factor que juegue a favor de lo económico y artístico; razón por la cual, en muchos casos, esta artista debe ser comprendida en términos disruptivos.

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La situación de los autores de teatro en las compañías

Desde los inicios del sistema teatral argentino, producido en 1884/86 a raíz del estreno del drama gauchesco Juan Moreira (primero en versión pantomima y luego dialogada) escrito por Eduardo Gutiérrez y José Podestá, los autores de teatro producían sus obras:

a) respondiendo a sus proyectos creadores;

b) respondiendo al pedido de los y las cabezas de compañía y/o empresarios de teatro cuya demanda estaba dada por el conocimiento del gusto del público y el éxito de taquilla.

De esta manera, los autores emergentes de teatro establecían contactos con las compañías, ofrecían sus manuscritos de las obras para la lectura del cabeza de compañía y, si obtenía su aprobación, se firmaba un acuerdo entre las partes. En otros casos, cuando el autor ya gozaba de un reconocimiento en el incipiente campo teatral, firmaba acuerdos que lo comprometía a escribir una obra teatral para tal o cual compañía. Tanto en un caso como en el otro, este acuerdo establecía la compra de la obra teatral y la cesión de todos sus derechos. En lo que refiere al microsistema de la gauchesca teatral, los aspectos de regulación y el propio acceso a estos materiales se dificultaba. Esto se debía a que el texto representado por la compañía muchas veces no era publicado puesto que se escribía para la actuación y la representación. A la vez, esa falta de regulación de los textos producía que diferentes compañías plagiaran las obras de la compañía de los Hermanos Podestá (que se dedicó al estreno de todas las obras que comprende el sistema de la gauchesca teatral) y se generara así una disputa de legalidades textuales y autorales en el incipiente campo teatral argentino.

Asimismo, tal como lo señala Schvartzman, debemos considerar que, en el caso de la gauchesca y su relación con los materiales que la hicieron posible, ésta descansa en una tensión característica, puesto que su circulación en forma de libro estuvo siempre en un segundo plano. Afirma el investigador argentino “El libro estaba asociado con todo aquello respecto de lo cual el género tomaba distancia: la cultura urbana, los saberes eruditos, los discursos engañosos y enredados de la política del sistema (y por momento de toda política) y sus agentes elitistas y doctorales.” (2013: 486) Estas condiciones de producción hicieron que algunos de los textos que pertenecían al microsistema teatral gauchesco se perdieran en nuestro país y que su estudio sólo fuese posible mediante la reconstrucción basada en novelas gauchescas y críticas periodísticas de la época. No obstante, estas condiciones de irregularidad y la falta de organicidad por parte de los autores y artistas teatrales de fines del siglo XIX hoy pudieron subsanarse debido a las políticas de conservación y catalogación de los archivos nacionales e internacionales que albergaron parte de estos textos en versiones manuscritas.

Un aspecto importante en relación con esta no regulación de los escritos teatrales, refiere al problema del plagio. En carta de José Podestá a Juan C. Nosiglia (14 de mayo de 1891, Fondo Jacobo de Diego, INET), a propósito de la obra Santos Vega o El desgraciado, o sea Vega el Cantor, cuyo estreno se realizó en 1893, leemos: "Respecto a “Vega” aún no he podido hacer nada, trabajamos todas las noches, con las payadas de Gabino, se acaban las funciones a las 12 ½ o 1; al día siguiente y henos aquí, que, aunque la voluntad se nos salga por las puntas de los pelos como se nos sale, no podemos estudiar ni trabajar nada, he aquí porqué su drama duerme, y no en el olvido, sino esperando un tiempo oportuno para ensayarlo".

 

Este documento, como tantos otros, revelan las condiciones laborales de los artistas en las compañías teatrales de fines de siglo XIX. Una condición que no es privativa de la compañía de los Podestá, sino que se hace extensiva a toda la vida laboral de los artistas del momento. Señalamos que aún para comienzos del siglo XX, los 24 teatros que componían el campo teatral porteño, se desenvolvían de la misma manera en cuanto a la representación de sus funciones: “La primera función de la tarde era conocida como función matinée, mientras que la segunda era conocida vermouth, era a las 18 horas. (...) el teatro porteño se desarrollaba sin descanso durante todos los días de la semana, los días de mayor asistencia de público eran los sábados y domingos (Caudarella, 2016: 39). Como vemos, las jornadas laborales era extremadamente extensas y no había días de descansos evidenciando así el grado de precariedad y explotación que experimentaba este rubro laboral. En lo que refiere a la situación de los autores, recién en los años cercanos al cumplimiento del centenario de la Revolución de Mayo argentina (25 de mayo de 1910), algunas de estas situaciones comienzan a cambiar. Esto es así, debido a que por esos años un grupo de autores teatrales empezaron a movilizarse para expresar sus desacuerdos con los empresarios y cabezas de compañías teatrales y también por la presencia e injerencia de las primeras asociaciones gremiales: Asociación de Artistas Dramáticos y Líricos Nacionales (1906/1916) y Sociedad Argentina de Autores (2010). Los reclamos de los escritores de teatro se sustentaron, por un lado, en un mayor reconocimiento económico por las representaciones de sus obras; por otro lado, por los plagios que los autores sufrían ya desde fines del siglo XIX a partir de las representaciones que las compañías hacían y esto ocasionaba que se generaran copias ilegales de sus personajes, temas y problemas, entre otros aspectos. Tras discrepancias y negociaciones, y con el apoyo de grandes figuras del campo teatral de entonces, como fue Pablo Podestá (hermano menor de José Podestá), en 1910 se establece un acuerdo entre empresarios teatrales y autores de teatro. Este determinó que, para los estrenos de las obras, el 15 por ciento de lo recaudado de esa función fuese destinado al autor de la obra teatral. El resto de las representaciones, los autores percibirían un 10 por ciento de lo recaudado en cada función.

Las luchas, reclamos y acuerdos al interior del campo laboral artístico se incrementaron luego de esos años y se llegaron a producir dos grandes huelgas en 1919 y 1921. Estas huelgas coinciden con el momento de apogeo de la escena argentina, producida no sólo por el desarrollo y consolidación de diversas poéticas teatrales sino también por la gran afluencia de público, la accesibilidad de las entradas y por la no competencia, hasta 1926, de otros espectáculos de entretenimiento como fueron luego la radio y el cine sonoro (Mauro, 2018). El terreno que se ganó luego de las huelgas fue, sobre todo, la reducción de las jornadas laborales y la obtención de un día de descanso para los artistas. En relación con los autores, veintitrés años tuvieron que pasar luego del acuerdo de 1910 para que los derechos de propiedad intelectual fueran reconocidos en la Argentina. Esto es así debido a la sanción de la Ley 11.723 en septiembre de 1933, aspecto que no solo evidencia un marco de regulación para las creaciones artísticas, literarias y científicas en nuestro país, sino que también muestra –de manera novedosa- la injerencia del Estado en políticas culturales (Lacquaniti: 2017). En su investigación sobre esta Ley, Lacquaniti (2017: 69) afirma que:

Con el objetivo de proteger de una manera más eficaz los derechos de autor, se establecieron nuevas pautas de penalización de las infracciones y nuevas herramientas de control sobre los circuitos de reproducción y circulación de las obras que fueron administradas por un nuevo organismo burocrático: el Registro Nacional de la Propiedad Intelectual (RNPI). A su vez, con el fin de desarrollar y gestionar una política pública cultural de fomento y patronazgo de las actividades artísticas e intelectuales se creó una nueva agencia estatal: la Comisión Nacional de Cultura (CNC).

De manera sintética, destacamos que la Ley establece el derecho por parte de autores/as a disponer de sus obras tanto para la circulación, reproducción, traducción, transposición, etc. Determina que el derecho de propiedad intelectual es tanto de sus autores/as como de sus derechohabientes, en caso de fallecimiento del creador/a. En el caso de fallecimiento de un autor/a, sus herederos tienen derecho a percibir los cobros correspondientes por un lapso de 30 años. Pasado este tiempo, los herederos no pueden oponerse a la reedición de sus obras. No obstante, la ley establece que, si existen fines didácticos y/o científicos, se puede reproducir parcialmente una obra sin previa autorización del autor/a o herederos. En el apartado Representación, en los artículos 45, 46, 47, 48, 49, 50, la norma regula los procedimientos para la exhibición de una obra literaria o dramática en los medios teatrales, cinematográficos, o radiofónicos. Establece los procesos de contratación, los tiempos máximos para su representación por parte de los empresarios artísticos (un año desde la firma del contrato) y contempla la responsabilidad por parte de estos en caso de que las obras se pierdan o destruyan. Asimismo, determina la obligatoriedad por parte de un autor/a de inscribir su obra en el Registro de Nacional de Propiedad Intelectual, entidad creada a partir de la sanción de esta Ley. Dentro de sus 89 artículos, la Ley prevé las disposiciones, sanciones y regulación de los derechos de los creadores de una obra como así también para los intérpretes de estas en los medios: televisión, cine y radio. Cabe señalar que Argentina fue unos de los primeros países latinoamericanos en sentar precedentes con respecto a este tema. No obstante, muchos autores que trabajaron en la compañía de Pepe Podestá no llegaron a ver estos logros, tal es el caso de Florencio Sánchez. Autor uruguayo que inició la etapa renovadora de la compañía de Podestá, que continuó a la fase gauchesca y que se inició a comienzos del siglo XX con el estreno de Barranca abajo. A pesar de haber sido uno de los grandes autores de la escena rioplatense, murió en la pobreza y solo luego de implementada la Ley de Derechos de autor, su viuda comenzó a cobrar por los derechos de sus obras que al día de hoy se continúan representando.

Lía Noguera

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Bibliografía

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Caudarella, M. F. (2011). La necesidad del espectáculo: aspectos sociales del teatro porteño 1918-1930. Rosario: Prohistoria Ediciones.

Mogliani, L. 2015. Nativismo y Costumbrismo en el Teatro Argentino. Buenos Aires. E-Book. ISBN 978-987-33-7244-5. http://books.google.com.ar/books?id=pMINCAAAQBAJ&lpg=PA1&pg=PA57#v=onepage&q&f=false

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Mauro, K. (2014). Actores y mundo del trabajo: apuntes para una problemática construcción identitaria, Actas de las VIII Jornadas de Sociología UNLP, La Plata: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.

Mauro, K., 2018. Cooperativismo y condiciones laborales de los actores en el teatro porteño. Revista Pilquen, 21(5), 38-48.

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Noguera, L. Textos, autores, trabajo y compañías en el sistema teatral gauchesco argentino (1884-1896). Panambí. Revista de investigaciones artísticas. N° 17. En prensa.

Pellettieri, Osvaldo, 2002. Historia del teatro argentino en Buenos Aires. Volumen II: La emancipación cultural (1884-1930). Buenos Aires: Galerna.

Schvartzman, Julio, 2013. Letras gauchas. Buenos Aires: Eterna Cadencia.

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